Comentario
Los mayores beneficios de la debilidad de Septimio Severo por Africa recayeron sobre Leptis Magna. Entre la avenida columnada que conducía al puerto, y el casco de la ciudad vieja, se construyó entonces el Forum Novum Severianum, una plaza porticada comparable en magnificencia y dimensiones a cualquier de los foros imperiales de Roma. En su extremo norte se alzaba, dominándola desde su alto podio, el Templo de la Gens Septimia, la domos divina como la llamaban sus leales súbditos; al otro extremo, la basílica, sesgada por imperativos de la topografía y del trazado urbano preexistentes. Como de costumbre entre romanos -y aquí el plano ofrece una muestra insuperable- estos obstáculos no impedían que los edificios primordiales, plaza y basílica en este caso, observasen la más estricta axialidad, sin que su autonomía se viese afectada por la divergencia de sus respectivos ejes. El hemiciclo de entrada a la basílica y las celdas que la flanquean, todas desiguales, se encargaron de absorber las irregularidades. Lo mismo las tabernae adosadas al lado meridional de la plaza.
Una escalera de tres lados y de veinticinco metros de anchura daba acceso al elevado podio del Templo de la Gens Septimia, un octástilo corintio de tipo itálico, con porche de tres hileras de columnas delante de la puerta y una a cada lado de la cella, casi cuadrada. Las columnas de granito rojo de Assuán se alzaban sobre plintos muy altos de mármol blanco, con su cara más visible decorada con relieves (grupos de gigantomaquia, al parecer). De este mismo mármol eran las basas y los capiteles. La puerta de la cella del templo enrasaba con las columnatas del pórtico, que antes de llegar al podio se desviaban hacia el fondo de la plaza formando un ángulo recto. En lugar del epistilio habitual, el pórtico del foro estaba formado por arquerías de piedra caliza que daban a la plaza un aspecto nunca visto. Los arcos descansan directamente en columnas que no forman parte de una pantalla arquitectónica, sino que son componentes activos y funcionales de la edificación. El arco romano se fundía así con la columna griega, en este caso de fuste de cipollino, importado de Eubea, y de capiteles de juncos de tipo pergaménico. El contraste de colores -verde del cipollino, rojo del granito de Assuán, amén de la variedad de los espléndidos mármoles numídicos- se sumaba al claroscuro y el barroquismo de las decoraciones labradas en el mármol blanco, para producir el efecto de un lujo deslumbrante. En cada una de las albanegas de los arcos resaltaba el relieve de un medallón con la cabeza de Medusa u otra del mismo género. Los escultores que se ocuparon de la decoración, todos ellos griegos (de la escuela de Afrodisias), dejaron muchos grafitos con sus nombres y localidades de procedencia.
La basílica, terminada por Caracalla en el 216, es la mejor conservada de las paganas. Los ábsides de sus extremos y su entrada principal por el lado del foro revelan su inspiración en la de Trajano, pero la incorporación de los ábsides al espacio interior, prescindiendo de las columnas divisorias, los convierte en monumentales nichos. Dos órdenes de columnas superpuestas dividían el ámbito basilical en tres naves, la central más alta que las laterales, probablemente provista de ventanas. Como en las catedrales medievales, las naves de los lados tenían un piso alto, similar al triforio de aquéllas. Los ábsides repetían el mismo dispositivo, en dos hileras de nichos superpuestos, salvo en el centro, donde un nicho único, flanqueado por dos columnas que llegaban hasta la cornisa, señala el lugar preferente y el eje longitudinal de la basílica. Para evitar la altura excesiva de las columnas, se las hizo partir de altos plintos octogonales y se les dio remate por debajo de las del orden de los nichos superpuestos, pretendiendo salvar la diferencia con sendas estatuas de grifos. Este modo de jugar con los órdenes arquitectónicos clásicos, de convertir a la columna en elemento decorativo, alargándola o acortándola a placer, es otra de las muchas novedades con que la arquitectura romana siguió su camino hacia la Baja Antigüedad.
Todas las columnas de las naves y de los ábsides tienen fustes de granito de Assuán; su color rojo contribuye a acentuar la unidad entre el rectángulo del cuerpo y los semicírculos de sus cabeceras. En el paso de aquél a éstas, se alzan pilastras de mármol decoradas con roleos entrelazados y poblados de figuras mitológicas, tan liberadas del fondo como si fuesen celosías. Los escultores de Afrodisias debieron de crear en Leptis una verdadera sucursal, de la que pronto formarían parte aprendices de la localidad.
En la confluencia de la avenida porticada del puerto con la calle de las Termas de Adriano se alzaba un ninfeo que aún hoy sorprende en su reconstrucción parcial: una grandiosa exedra de caliza, antaño revestida de mármol, con dos pisos de hornacinas para estatuas y la ya acostumbrada puntilla arquitectónica de columnas y epistilios, el color verde del cipollino en los fustes de abajo y el rojo del granito egipcio en el de arriba. El viajero antiguo procedente del puerto se vería sorprendido aquí por aquel ninfeo con aspecto de escenario teatral, engarzado como una bisagra entre los arcos en que terminaban las dos calles que allí confluían.
Toda el Africa Proconsular está jalonada de arcos honoríficos de los siglos II y III, la mayoría de ellos severianos. El más rico desde el punto de vista escultórico es el tetrápylon o arco cuadrifronte de Leptis. Su ático estaba decorado con relieves que tanto por su temática como por su estilo difieren considerablemente de sus coetáneos de Roma y muestran la faceta oriental del arte áulico.
El arco debió de ser erigido en el año 203, a la vez que el de Roma y por el mismo motivo: festejar las decennalia del emperador y la consolidación de la monarquía. Cada uno de los cuatro frisos medía 7,30 m de largo por 1,72 de alto y representaba una gran solemnidad en la vida de la familia real: el desfile de la Victoria Augustorum, la Concordia reinante entre ellos, y el relieve de la figura y del papel de la emperatriz en la esfera privada y en la oficial (desde Britannia a Etiopía Iulia Domna nunca se separó de su marido).
En el primero de los frisos, el emperador y sus hijos miran de frente al espectador desde la altura de su carro de triunfo; éste se dirige, al paso de sus cuatro caballos, hacia la derecha, pero mostrando de frente el centro del barandal, en consonancia con sus ocupantes. En los relieves de la caja del carro se encuentran los dioses familiares: en el centro Liber, Hércules y Fortuna; en el lado derecho una Victoria. Los caballos de la cuadriga están vistos al modo clásico: de perfil, escalonados en profundidad. Es la suya una marcha pausada y solemne, ajustada a la quietud reinante en un relieve en que apenas se observa movimiento. Como el relieve no es de mucho bulto, y estaba calculado para visto a gran distancia, los contornos de las figuras, sus rasgos, vestiduras y objetos de que son portadoras, están muy acentuados.
Aunque el arte clásico se halla en vías de disolución, sabe volver por sus fueros, estando como aquí en manos de profesionales, escultores de Anatolia, expertos en su oficio. Las proporciones y la ponderación de las figuras, el fondo neutro del relieve, pertenecen a la escultura clásica. Sólo la torre escalonada del faro que asoma por encima del cortejo indica claramente que el escenario del acto es la ciudad de Leptis, la patria del emperador.
Pese a esta referencia concreta al lugar de la acción, los relieves tienen más carácter alegórico que histórico. Su único protagonista son los componentes de la domus divina -Julia Domna, Septimio Severo, Caracalla, Geta-, los dioses y personificaciones -Honos, Virtus, el Lar militaris que precede a la cuadriga...que viven en su misma esfera, y el ejército y los administradores del imperio romano, situados muy por debajo de sus poderosos protectores.